jueves, 27 de octubre de 2016

Respuesta a un desafío.

Me hallé envuelto en un cuestionamiento a la Biblia sobre el cual pretendo hacer algunas observaciones personales respecto del problema planteado para enriquecer el debate.

Desafío a la inerrancia de la Biblia
El tema de la infalibilidad de la Biblia lo estuve tratando a propósito de la lectura de un libro del crítico textual Bart D. Ehrman, “Jesús no dijo eso”, que presenta varios cuestionamientos al Nuevo Testamento basados en una mirada crítica y desafiando la “inspiración” del texto.
En este desafío se nos plantean puntos desde quienes defienden la inerrancia bíblica, pero hay matices. Inerrancia e infalibilidad de la Biblia son conceptos teológicos resultantes de considerar a las Escrituras como inspiradas por el Espíritu Santo y que, por ser  Dios su “autor”, se entiende que ésta tiene “autoridad”. Infalibilidad trata acerca de que no falla e inerrancia de que no yerra (no son lo mismo): el decir que no falla no quiere decir que no contenga errores y decir que no tenga errores no quiere decir que no falle; por esto, hay quienes se inclinan por la inerrancia en los “originales” y por la infalibilidad en cuanto al contenido; hay quienes se definen por ambos términos y otros sólo por uno, y también nos encontramos a quienes son más bien dubitativos en definirse por uno u otro; también nos encontramos con algunas iglesias que no se basan en la “sola scriptura” y que tienen otras escritos, revelaciones nuevas o una alta importancia en “la tradición” (como en el caso de los católicos). Con todo esto, en general, ninguna persona “cristiana” negará la participación del Espíritu Santo.

Ahora, veamos el problema de los textos: ¿Galilea o Jerusalén?

Creo que es bastante clara la diferencia entre Marcos/Mateo y Lucas/Juan en cuanto a los relatos de los lugares de apariciones de Jesús. Sin embargo, lo que me quedó dando vueltas al leer el desafío no fue el calzar o explicar si Cristo apareció primero en Jerusalén o fue fiel a su orden de encontrarse con sus discípulos en Galilea, sino que me pregunté cuál es la relevancia de que aparezca en uno u otro lugar. Podríamos incluso formular otras preguntas a los evangelios, tales como: ¿por qué nos todos parten con genealogías de Jesús y por qué las genealogías halladas en Mateo y Lucas no son iguales?, ¿por qué Juan comienza hablando acerca del verbo y por qué a este libro no se le considera como a los otros tres como sinóptico?, ¿por qué la ascensión de Jesús sólo aparece en Marcos y Lucas?, etc… El hecho de encontrarnos no con uno, sino con cuatro relatos del mismo suceso escrito por distintas personas, creo que no contempla únicamente corroborar y confirmar hechos, sino que puede ir más allá.
También hay varias preguntas que pueden hacerse para estudiar mejor los evangelios: quiénes los escribieron, cuándo lo hicieron, cómo los llevaron a cabo, por qué los escribieron, para quiénes están escritos. Y claro que pueden hacerse más preguntas, pero hay que considerar todo lo que esto conlleva, como factores histórico-culturales o el carácter literario que éstos tienen. Por ejemplo: los eruditos nos dicen que no contamos con los documentos originales del Nuevo Testamento, sino con copias; además, la autoridad que le reconoció la iglesia a textos como los evangelios, tienen factores como el autor, uso de la iglesia, sentido y coherencia con el resto de la Biblia (lo que los creyentes considerarían que están escritos inspirados por el Espíritu Santo), etc., criterios según los cuales quedaron incluidos en lo que se denomina “canon bíblico”.

Volviendo al problema planteado, a Juan parece no importarle (dentro de la lógica de su escrito) el que Jesús haya resucitado en uno u otro lugar; podemos también observar que tiene sentido en Lucas (el cual considera la continuación del relato en el libro de Hechos) el llamado a permanecer en Jerusalén, ya que Jesús enviaría “la promesa de su Padre y serían investidos de poder de lo alto”. Luego, si bien es cierto que Mateo y Marcos son relatos casi idénticos en relación específicamente a que el lugar donde se les aparecería a los discípulos sería Galilea, Mateo no relata la ascensión de Cristo, por lo que se puede pensar en que los discípulos después de encontrarse en el monte donde Jesús les había dicho, fueron después a Jerusalén a esperar “la promesa” relatada en Hechos. Por su parte, Marcos, aunque si habla de la ascensión del Señor, termina bastante pronto y no es muy específico en aclarar dónde sucede esto. Aunque no nos olvidamos que eso no explica que en Mateo y Marcos sea tan enfática la orden de ir a Galilea, mientras que no ocurre eso en Lucas y Juan.
Repasamos rápidamente desde otra perspectiva el evento aludido, la resurrección. Quisiera que observáramos someramente los libros, sus autores y su relación con el tema de la inspiración divina e infalibilidad-inerrancia de la Biblia.
A pesar de lo que mencionaba arriba acerca de más preguntas que pudieran hacérsele a los evangelios, tocante a diferencias y omisiones de relatos, tenemos que los cuatro evangelios concuerdan en decir: que la tumba quedó vacía y que Jesucristo se les apareció a sus discípulos al tercer día de haber muerto crucificado.
Entiéndase bien lo que quiero poner de relieve: distintos libros, distintos autores, distintas experiencias, distintos estilos, distintos enfoques.

Se dice que estos cuatro libros están dirigidos a cuatro tipos de personas, algunos también dicen que estos tienen una significancia simbólica que recuerda cuatro figuras nombradas en el Antiguo Testamento, pero no entraré en detallar esto. Respecto a la autoría, se entiende que Lucas no fue testigo ocular, pero si tiene fama de haber investigado diligentemente; de Marcos se dice que está escrito según lo experimentado por Pedro, pero escrito por Juan Marcos; Mateo y Juan fueron dos de los doce discípulos de Jesús. Esta información nos puede servir para proponer dos cosas:
1.-Mateo y Marcos nos dicen efectivamente lo que Jesús les ordenó y son confiables, ya que éstos están escritos por testigos presenciales.
2.- Aunque Lucas no fue testigo presencial, él investigó lo concerniente al ministerio de Jesús con testigos oculares (recurriendo a la memoria de los testigos) y, de igual forma, ubica correctamente los posteriores pasos de los discípulos en Jerusalén, ya que él incluso aparece en este ministerio relatado en el libro de Hechos.

¿Y qué pasa con Juan?
Este evangelio es singular, ya que como mencionamos más arriba, los otros tres libros son catalogados de “sinópticos” (que tienen afinidad narrativa en orden y contenido entre sí). Curiosamente, aunque asumimos que las apariciones según Juan son en Jerusalén, ya que ocurren muy próximas a su resurrección y los discípulos no podrían haber ido tan pronto a Galilea (asumiendo también que cerca de esa ciudad fue crucificado y sepultado), vemos en el capítulo 21 que Jesús se les aparece a las orillas del lago Tiberías o Tiberíades, que está en Galilea, siendo su tercera aparición (v.14). Esto último en ninguna forma resuelve dónde fue su primera aparición inmediatamente posterior a resucitar; incluso, pareciera obvio (por la forma en que se lee y sigue esta narración) que apareció primero en Jerusalén y más tarde en Galilea.

Como ven, no resolví el enigma de dónde aparece por primera vez Jesucristo resucitado y tampoco pretendo inventar una explicación para aquello; lo que quisiera es llamar la atención de “los” que leemos y “lo” que leemos, porque tendemos a prejuiciar nuestra mirada cuando tenemos ante nosotros lo que comúnmente se conoce como “escritor/escrito inspirado por el Espíritu Santo”. Muchos de los mensajes de las Escrituras resultan bastante claros leyéndolos sin mayor análisis, pero hay otros que son más complejos y requieren prestar especial atención.
Hice un pequeño análisis a los mismos pasajes y libros nombrados en la problemática planteada, pero con un enfoque un tanto distinto. Hemos de intentar leer los evangelios cada uno separado del otro para comprender qué nos dice tal autor y, si nos es posible, conocer al autor.

Recuerdo a Jesús reconviniendo una y otra vez a los intérpretes de la ley de su época, a saduceos y a fariseos (todos reconocidos por ser religiosos de primer orden y buenos intérpretes); también ocurre algo similar y con consecuencias mucho más drásticas para los hebreos en el Antiguo Testamento de parte de los profetas. ¿Todo por qué?: no sólo por mala interpretación, sino también porque en realidad sus interpretaciones no eran más que para justificar el pecado de sus corazones que no quieren arrepentimiento, justicia, misericordia, ni se deleitan en su Señor.
Lo que quiero decir no es que la Biblia es sólo para entendidos ni estudiosos (ya que, como vimos, hasta personas con estas características pueden no comprender bien), sino para quienes buscan en ella a la luz de Su propio Espíritu. Es la misma promesa que se hace por medio de Jesús acerca del Consolador que “les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho” (Juan 14:26). Esto no quiere decir que por un acto mágico podremos dilucidar todo lo que nos hablan las Escrituras sin más, sino que ésta misma invita a escudriñar con diligencia para hallar su real significado.

Ha pasado mucho tiempo desde que estos antiguos escritos estaban al alcance de una elite, pero hoy en día cualquiera puede leerlos. Hay varios recursos para poder comprender mejor y salir de una interpretación vacía, aunque (como mencioné) Su propio Espíritu ha de ser el determinante para que ocurra el “milagro” de hallar a Cristo en Él, incluyendo el estudio diligente como parte de cualquier buen estudiante de la Biblia, como son los más respetados eruditos y predicadores bíblicos en la historia.

Yo no resolví la contradicción que supone existe al colocar el lugar de la aparición de Jesucristo como determinante para afirmar o rechazar la resurrección. Me recuerda en alguna forma la pregunta que le hacen a Jesús acerca del divorcio o, más aún, las reinterpretaciones que hace el mismo de muchos mandamientos de la ley.
Finalmente, leyendo y entendiendo literalmente los evangelios, así como fue planteado este desafío, creo que este es irrefutable. Más aún, prácticamente toda la Biblia (salvo por los pasajes que tratan temas éticos o morales), así interpretada, no tiene sentido. La vida, muerte y resurrección del Mesías es absurda, sino no se “lee” que estaba anunciada, que era necesaria y que da vida y esperanza a quienes creen en Él (Su iglesia).

Saludos.

El artículo aludido es este: http://techpurri.dduranf.cl/2011/04/desafio-la-inerrancia-de-la-biblia.html

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